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El tema es delicado. El atentado terrorista de ayer en Barcelona, que a punto estuvo de repetirse pasada la medianoche en la localidad tarraconense de Cambrils, es una absoluta desgracia sobre la que, desde MuyLinux, solo podemos pronunciarnos en un sentido: transmitiendo nuestra solidaridad y aliento a todas las víctimas de la misma, aunque en cierto modo todos somos víctimas en un ataque como este.

La locura que se desató ayer en Cataluña, por desgracia, se repite en muchas partes del mundo cada día. Pero cuando te toca tan cerca, la cosa cambia, por hipócrita que sea hacer una distinción entre los inocentes que mueren al lado de tu casa y los que lo hacen al otro extremo del globo. Sin embargo, es justo esa cercanía, al contrario de lo que se suele afirmar, la que ofrece en este caso una perspectiva digna de reflexión.

MuyLinux no es sitio para tratar la noticia como tal, y no lo vamos a hacer, sino que nos enfocamos en cómo la tecnología lo ha cambiado todo, por frívolo que suene dado el contexto. ¿Qué importan nuestras discusiones tecnológicas cuando está muriendo gente? Como digo, nuestro campo es otro y la experiencia de ayer, por terrible que fuera, dejó más asuntos de calado de los que hablar además de la propia tragedia.

Quizás el primer ejemplo notorio de cómo las nuevas tecnologías han transformado la difusión de información fue el atentado terrorista de la maratón de Boston. Uno de los aspectos más destacados de aquel suceso fue la ‘cobertura popular’ que hizo mucha de la gente que asistía al evento, y que ayudó a las autoridades en su investigación. Esto lo hemos visto muchas veces y a medida que avanzamos se repite con más frecuencia. La información en crudo, sin filtrar, no está en Internet. Está en las redes sociales.

Lo de ayer fue más lejos, y fue de impresión. La información que ofrecían los medios internacionales iba al arrastre de la de los medios nacionales -prácticamente todos los contenidos de vídeo in situ que han publicado son de testigos móvil en mano-, y estos iban al arrastre de lo que publicaban en Twitter los Mossos d’Esquadra (la policía catalana). También en Facebook, pero la cobertura vía Twitter fue realmente exhaustiva. Mientras tanto, en su página web oficial figuraba poco más que un teléfono de atención a posibles familiares de afectados por el atentado y un par de noticias sueltas.

A su vez, la recomendación de los propios Mossos para que la gente de Barcelona informase a amigos y familiares de que estaban bien, fue Safety Check, un servicio de Facebook ideado para este tipo de situaciones.

Por un lado, todas las ventajas de las que provee la tecnología son impresionantes. El caso de Twitter es único. Hace poco la noticia acerca de esta «red social» era su estancamiento en el número de usuarios, pero en el aspecto informativo sigue sin tener rival. Facebook es otra historia, pero si le agregamos WhatsApp a la ecuación su relevancia se multiplica exponencialmente, aunque las interacciones en ambas plataformas pertenezcan a un ámbito más privado.

O sea que la información de primera mano está en Twitter, y el método de contacto con los seres queridos en Facebook. El problema es que este círculo perfecto de servicios privativos no es universal, por mucho que se empeñen en hacerlo ver así, precisamente porque son servicios privativos. ¿Qué pasa con la gente que no usa Facebook o Twitter? Que queda marginada, o es atraída a la fuerza. Al fin y al cabo, si toda tu familia y amistades están en Facebook o WhatsApp, ¿por qué tú no? Y lo mismo para con las autoridades e instituciones en Twitter.

La situación es comprensible ya que si todo el mundo está ahí, ¿para qué calentarse más? Pero la situación es también injusta, porque no todo el mundo está ahí o quiere estarlo, y porque hablamos de servicios que se han convertido en indispensables para miles de millones de personas, que se dice pronto. Servicios que se diferencian de otros servicios, como el correo tradicional o correo electrónico y sus protocolos estándar, en que fuerzan la dependencia de un único proveedor, que a la postre es una gran empresa.

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Es posible que alguien sostenga que en este marco las alternativas Open Source descentralizadas han fracasado, y estaría ajustado a la realidad en parte, por mucho código abierto que utilicen en Facebook o Twitter. Tampoco se puede obligar a la gente a usar Diaspora o Mastodon. ¿Pero por qué no se puede regular -repito, en el marco de Internet y las nuevas tecnologías- algo tan básico como las comunicaciones personales o el acceso a la información de interés ciudadano? ¿Se imagina alguien un país sin servicio postal propio (hacia ahí vamos)? ¿Y acaso atenta eso contra el libre mercado (el mejor ejemplo es sin duda alguna el correo electrónico)?

Así que no entiendas mal esta entrada, porque como se advierte al principio es una mera reflexión del panorama actual. De hecho, habrá quien nos llame hipócritas porque MuyLinux solo está en las grandes redes sociales privativas, pero no en las libres, y la razón es la mencionada: todo el mundo está ahí (y no damos abasto con más, añado). Pero es que esto no lo puede cambiar ya nadie si no hay una regulación profunda de carácter internacional. Y no parece que la vaya a haber.

Por cierto, ese todo el mundo empleado varias veces incluye a la mayoría de proyectos de software libre y te incluye a ti, aunque reniegues de Facebook, Twitter y cía. Si has asistido a algún evento social -una fiesta, una comida de empresa, una reunión de amigos…- y se hicieron fotos, ahora o en «el pasado más remoto», hay muchas probabilidades de que tu cara ya esté en Internet. Nadie se salva.

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