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Aquellos (no tan) maravillosos años

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Este 2020 al que tan poco le queda por delante, me han sucedido un par de cosas que me apetece compartir con vosotros y que me dan pie a irme por otros derroteros. Dos cosas intrascendentes, a decir verdad: una porque tocaba y la otra porque me ha dado por ahí; pero ambas me han hecho reflexionar acerca de lo mucho que ha cambiado el panorama informático en la última década, especialmente en relación con Linux.

La primera es que este 2020 se cumplen 15 años desde que probé y me pasé a Linux. Fue una atracción inmediata a la que no pude resistirme, porque descubrir que existía una alternativa a Windows, basada además en algo denominado como «software libre», me voló la cabeza. Por aquella época yo me dedicaba a desarrollo web con Dreamweaver y Fireworks y estaba muy a gustito en Windows XP.

Pero se avecinaban cambios que no me convencían: Windows Vista hacía poco que había aparecido y nadie hablaba bien de él, Adobe había comprado Macromedia… Y yo llevaba un tiempo entusiasmado con dos aplicaciones que me cambiaron el chip, cada una a su manera. Por un lado, un navegador web llamado Firefox que había conocido un tiempo antes bajo otro nombre, pero que por aquel entonces ya me tenía enganchado; y por el otro, un editor de código muy nuevo y limitado, pero con el que conseguí desengancharme de Dreamweaver y empezar a hacerlo todo a mano: Notepad++.

No me preguntéis cómo sucedió exactamente porque no lo recuerdo bien, pero diría que gracias a Firefox descubrí lo que es el software libre -ya usaba aplicaciones como VLC o GIMP, pero para mí eran simplemente software gratuito- y, de remate, la existencia de Linux; y gracias a Notepad++ eliminé mi dependencia del software de Macromedia, a pesar de que durante bastante tiempo me quedó la espinita de no encontrar ninguna alternativa a la altura del fantástico Fireworks. Hasta que adopté GIMP para todo.

Total, que -tampoco me preguntéis el cómo exacto- había un sistema operativo llamado Linux que podía instalar en mi PC y a probarlo me lancé… para darme cuenta de que no había un solo Linux, había muchos. Así que me conformé con el primero que cayó en mis manos, un tal SUSE 9.2 con el entorno de escritorio -otro concepto que me fascinó descubrir- KDE 3.2. Y flipé, pero no por la filosofía, que tardaría un tiempo en comprender plenamente, sino por la tecnología en sí.

No me voy a enrollar más con más batallitas personales, salvo para añadir que si en mayo de 2005 -de esto sí me acuerdo, mira por dónde- instalaba SUSE 9.2 junto a Windows XP, al año siguiente ya usaba Linux en solitario en la forma de una flamante distribución llamada Mandriva. Después vendrían Kubuntu, openSUSE, Arch Linux… y unas cuantas más, casi todas de ida y vuelta. Echando la vista atrás recuerdo otras muchas cosas de todo ese proceso, aparte de mi inacabable interés por entender el nuevo escenario en el que me desenvolvía.

Recuerdo lo que era tener que editar archivos a mano para configurar la resolución y el refresco de la pantalla, lo que era instalar -también a mano- los controladores gráficos de NVIDIA, lo que era lidiar con la instalación de algunos controladores por ejemplo para la tarjeta de red, en ocasiones compilando el código fuente, lo cual para mí era una auténtica locura… Recuerdo lo que era instalar códecs multimedia, configurar una impresora incluso de marcas y modelos supuestamente con soporte…

En resumen, aquellos fueron años maravillosos, sí. Por lo apasionante del descubrimiento y por muchas otras cosas; pero también fueron años muy sufridos, como bien sabéis quienes los vivisteis. Y aunque es cierto que a día de hoy Linux como sistema operativo de PC sigue teniendo sus problemas, el avance ha sido tal que suenan a broma comparados con lo que había que pasar entonces.

Kubuntu 8.04 con KDE 3.5.10

Esta es la captura de escritorio más vieja que conservo: Kubuntu 8.04 con KDE 3.5.10

Mi historia con Linux es «lo que tocaba», sencillamente porque el tiempo pasa. Lo que «me ha dado por ahí» es algo que no hacía desde hace unos cuantos años: instalar Windows en disco. Cuando abandoné el sistema de Microsoft no miré atrás durante bastante: Windows Vista nunca llegué a usarlo más que algún rato suelto en equipos que no eran míos y Windows 7 algo más, pero tampoco mucho.

En 2012, sin embargo, me instalé Windows 7 con la intención de no perderle la pista porque me venía bien por cuestiones laborales… pero nunca lo usaba porque cada vez que iniciaba sesión para echar un vistazo me saltaba Windows Update, que es el horror personificado y me entraban los siete males. En 2013, aprovechando que me habían regalado una tarjeta gráfica, instalé Windows 8 y este sí lo usé unos meses, solo para jugar…

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Ya en 2020, a finales de verano para ser más exactos, me instalé Windows 10 en una máquina virtual, por lo menos para mirar cosas de vez en cuando y a diferencia de otras ocasiones, en las que me duraba poco más que un rato, en esta lo hice bien, semiconfigurándolo para que aguantase en condiciones y ahí sigue. Pero como es evidente, un sistema en virtual no ofrece una experiencia como para sacar conclusiones sólidas, que es lo que estaba buscando. Así que hace unas semanas instalé Windows 10 (la actualización de mayo) en una SSD para él solito.

Desde entonces he entrado ocasionalmente, lo he configurado para poder trabajar lo más a gusto posible con él e incluso lo he actualizado a la última actualización de octubre. Esto en particular es, creo, lo más interesante que vais a leer en esta entrada y en otras que vaya publicando de tanto en tanto, seguramente en MuyComputer y no aquí porque el tema le va más. De hecho, ya he publicado alguna cosa derivada de mis andanzas, aunque no voy a limitarme a tutoriales: quiero comparar en serio la experiencia de Windows vs Linux porque…

Porque, y lo digo con conocimiento de causa, a pesar de que haya quien pueda argüir que llevo tanto tiempo en Linux que cualquier otro sistema se me atraganta, lo cual no es cierto, me resulta realmente alucinante que la experiencia de escritorio que proporciona el producto de una empresa de miles de millones de dólares, ni siquiera alcance en según qué aspectos a la que se encuentra en el escritorio Linux.

Ojo con lo que digo: la experiencia de escritorio. No estoy diciendo que Windows 10 no sea un mejor sistema operativo para juegos, tanto por la oferta como por el soporte gráfico, que no sea un sistema más amigable con periféricos de terceros, o que no sea una plataforma de trabajo profesional más adecuada por disponer de determinado software, aunque hay que recalcar que si todo esto es así, se debe a una única razón: su inmensa cuota de mercado.

Hablo de la experiencia de escritorio: de diseño, usabilidad y rendimiento, estabilidad…, de las herramientas básicas que lo acompañan e incluso de las herramientas de configuración y mantenimiento. Hablo de, repito, comparar el producto que desarrolla una empresa de miles de millones de dólares con el que desarrollan comunidades de software libre como KDE o GNOME. Y me da por pensar, claro, dónde estaría el escritorio Linux si hubiese tenido una décima parte de los recursos que Microsoft ha empleado en Windows.

También es cierto que la fragmentación -no la diversidad: la fragmentación, que también la hay- no ha beneficiado al escritorio Linux, pero hasta semejante consideración es obviable cuando nos referimos a los principales proyectos del escritorio Linux, léase KDE, GNOME o distribuciones que han puesto toda la carne en el asador, como la propia Ubuntu, pero que nunca han contado con un nivel de inversión comparable.

Windows 10

A la semana de instalarlo, Windows 10 me dio la primera sorpresa

Dejo aquí el tema por el momento, pues ya tendré tiempo para explayarme, pero que el escritorio Linux puede competir de tú a tú con Windows y salir mejor parado en más de un aspecto con la excepción de los puntos críticos que todavía están por solucionarse, no debería dudarlo nadie. Y conste que mi interés en probar Windows no se reduce en sacarle lo malo, al contrario: me interesa sobre todo lo bueno que se puede copiar y aprovechar a este lado del software.

Lo que percibo sin ningún género de duda es que aquellos (no tan) maravillosos años han quedado atrás para bien, por más que haya quien -sin haberlos vivido en muchos casos- los idealice. Cuanta más gente se pase a Linux siempre será mejor, traigan necesidades privativas o no, porque en un gran porcentaje terminarán adaptándose al nuevo entorno y todos saldremos ganando.

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